martes, 30 de diciembre de 2008
Despedida y cierre
De puntillas y sin hacer ruido ...
A menudo nos sorprenden. Y, solo en raras ocasiones, les concedemos un hueco en nuestros pensamientos; bastante ocupados andamos esquivando problemas, sorteando situaciones embarazosas y anhelando que, al menos, la próxima mañana no sea muy distinta a la anterior.
Os hablo, por puro azar, de pequeñeces. De esas diminutas cosas que alguna vez creímos olvidadas y, plantadas de sopetón ante nosotros, arrastran del hilo invisible que las une a nuestros recuerdos.
No ignoramos que muchas de las escenas que rememoramos, si es que no son todas, faltan a la verdad; nuestra edad las ha macerado tanto que terminan por tornarse irreales, sometidas como están a nuestro insistente, y cada vez más enquistado, punto de vista. A pesar de ello, las sentimos tan genuinas como las yemas de nuestros dedos; están ahí, puedes sentirlas. ¿Para qué perder con ellas un minuto de tu valioso tiempo?
Una de esas pequeñeces, por ejemplo, es el olor a torrijas recién hechas en cualquier bar, tan parecidas a aquellas que alguna de nuestras madres nos solía preparar cuando fuimos niños. Otra, más recurrida, resulta ser esa canción dulzona que alguna emisora trasnochada acierta a radiar y que, casualmente, una vez compartió nuestros primeros escarceos amorosos. Una y otra, servidas al dente, no nos parecen manipuladas por nuestra consentidora memoria, por unos recuerdos que nos bailan el agua, dulcificándonos los malos tragos. ¿Quién se acuerda de aquellas migas infames que una vez preparó tu padre? ¿O de las amargas noches que pasaste escuchando aquel odioso tema de Pretenders, cuando aún te parecía increíble que tu chica te hubiera dejado?
Aún así, escéptico ante la probada certeza de mis recordadas mentiras, algunos de esos pequeños acontecimientos se han instalado, a horas poco oportunas, en mis pensamientos. Es mi obligación, por tanto, advertiros que las presunciones que componen este escrito son puras divagaciones y que, como tales, pueden aburrir al más pintado. Podría así suponer que en este punto algún lector, hastiado, haya pasado de página; pero antes de que lo haga, quisiera hacerle partícipe de mi eterna gratitud, más que nada por haber soportado tamaña perorata hasta este punto.
¿Quién no guarda en su pequeña historia la memoranza de una hermosa primavera? Los campos floridos, suaves brisas y ropa de entretiempo. Su nombre evoca belleza, otorga ansía al respirar, incita a saborear cada uno de tus pasos; pero pocos se acuerdan de las alergias hasta que llega el buen tiempo; de buenas a primeras tu posición, social o laboral, horizontal o vertical, depende de un puñado de pañuelos de papel. Ya no evitas a los desgraciados que los ofertan en los semáforos; incluso recorres media ciudad con tu coche, esperando encontrar alguno antes de llegar a la oficina. Comienzas a cultivar determinados saberes farmacéuticos que, una vez llegue el verano, olvidaras por completo.
El estío. La época en la que siempre ubicamos nuestros mejores momentos, cuando, al menos por unas semanas, ganas verdadera consciencia acerca de la propiedad de tu tiempo. Desde hace algunos años, veo bajar el verano caminando por la Rambla, buscando el sosiego del mar, anhelando la caricia de la arena. Anda y lo hace en forma de mujer, ya sea morena o rubia, india o mulata. Esa imagen tan deliciosa, esas figuras que, deseadas o envidiadas, se pasean bajo el sol nos hacen olvidar lo que se nos echa encima: escuadras, ejércitos, millares de mosquitos que, amparados por el calor, nos atosigan sin descanso. Nos buscan en casa, nos acosan en nuestro lugar de descanso, nos desvelan por la noche, aprovechándose de la longevidad del verano para sobrevivir hasta el lejano otoño.
Otoño. La imagen de parques poblados de árboles de hoja caduca enmarca su nombre con tonos verdes y marrones, tan apagados como un sol que nos implora descanso. Y como no, ese tiempo diseñado para la melancolía, ese lugar de reposo para el alma agotada por los avatares de las vacaciones también tiene sus pegas. Para muchos son las lluvias, que nos sorprenden y arrasan con todo en un momento. Para otros que, como yo, opinan que el agua en Alicante siempre ha de ser bienvenida, sus espinas son las bodas: la mayoría de parejas, amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos suelen escoger esa época para casarse. Y ahí estás tú, con un salario paupérrimo, con una cuenta corriente que te da pánico consultar, enfrentándote a dos, tres o cuatro compromisos en escaso espacio de tiempo. Naturalmente necesitas ropa nueva y, si tienes muy mala suerte, tendrás que localizar habitación en algún hotel de alguna ciudad extraña, pues has sido emplazado en la iglesia a la que pertenece, y que por cierto no suele pisar, la novia de turno.
Por fin llegamos al invierno. Y con el la Navidad, idea original desde la que ha partido esta desastrosa disertación. Esas fiestas tan entrañables, en las que el lobo vuelve a disfrazarse de cordero y dispone ante nuestras ingenuas miradas un interminable desfile de luces y colores, adornados con todos los buenos sentimientos de los que pueda hacer uso la factoría Disney, bajo la atenta mirada de El Corte Inglés. Si nos apuran, tras comprar las típicas castañas calentitas, saciamos nuestra pasajera bondad dándole las vueltas a un mendigo. Todo es hermoso, la vida es estupenda y poco nos importa que, en otros lugares del mundo, el escorbuto, la lepra o algo tan simple como el hambre decapiten miles de sueños, esperanzas y palabras. Es entonces cuando el compañero, el amigo, el conocido que se ha pasado el año creyéndote invisible, se cierne sobre tu sorpresa lotería en ristre. Tu cartera no llora porque no puede, aunque ignoro si lo harán las confeccionadas con piel legítima de cocodrilo. Con un horizonte cargado de regalos sin utilidad, de detalles de mirar y tirar, de cuantiosas cantidades a crédito, tu desesperanza es indigna de esas fechas y te dejas arrastrar por la marea.
Con esta recapacitada decisión, y aunque solo sea por este año, pretendo implorar a los vendedores ocasionales de papeletas que respeten mi desconsuelo, que esquiven mis buenas intenciones y yo, en el futuro, prometo no lanzar un saludo al vacío cuando me cruce con ellos. Yo tampoco quisiera incomodarles obligándoles a hacer algo que no desean.
Antonio José López Rodríguez
noviembre de 2001
viernes, 28 de noviembre de 2008
Muerto noviembre ...
Recibí una carta a mi nombre enviada por un tal Duke Mizounis, franqueada en una oficina de correos de la isla de Poros, en Grecia. Estaba dirigida a mi domicilio profesional y el remitente, a fecha quince de diciembre, escribía en perfecto castellano:
"Estimado amigo:
A finales del mes pasado realicé un viaje de placer a su país, concretamente a Barcelona.
Entre otros contactos, tuve la ocasión de conocer a Johann Weymeels, consejero delegado en España de una importante multinacional, un enamorado de su país y, por cierto, un apasionado de la integración de la arquitectura en el paisaje.
En el transcurso de la conversación me habló de su hija, la señorita Meritxell Weymeels, licenciada en Bellas Artes en San Fernando y residente en Alicante desde hace unos meses, así como del interés que tiene aquella por ejercer su profesión en algún estudio de su ciudad.
Entusiasmado con el proyecto que recientemente usted realizó para mí, me vi en la obligación de empeñar mi palabra, por lo que no dudé en enviar bajo su tutela profesional a tan estupenda colaboradora.
Un cordial saludo".
De seguido llamé a casa y la pelirroja atendió mi teléfono: la había contratado la mañana anterior y, a la tarde, compartíamos piso y cama. Aunque inoportuno, quise que me recordase su apellido y, aturullado por la respuesta, accedí a presentarla a mi familia en la cena de ese día: la de nochebuena.
Como para volver a olvidar a Duke Mizounis.
Antonio J. López. Diciembre de 2000.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
¡Qué grande es Nanni Moretti!
lunes, 13 de octubre de 2008
El obsequio inesperado
jueves, 9 de octubre de 2008
Algo de sí mismo
La tarde, aquí, se deshoja tranquila, lluviosa, otoñal. La mañana, encapotada, transcurrió junto a las olas espoleadas por el viento, bajo las sufridas palmeras, frente a un mar que, como horizonte, se partía en tres bandas de rugientes tonos de verde, más hermosos que los que pudieran regalarse a cualquiera bandera tricolor. Desenredando en el blog de Juan Cruz, cronista de su propia existencia, he descubierto un poema de Rudyard Kipling que no conocía, pero que otros niños que fueron (como lo fui yo o quién esto mismo lee) conocieron desde bien temprano. Aunque parezca tarde, merece aprehenderse para siempre. Su título original es If (Si en castellano). Y me gustaría, como otros que ya he transcrito, compartirlo con quienes desperdician su tiempo conmigo:
SI
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera, o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no dar cabida al odio, y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar oír la verdad que has dicho tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios, o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas…
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza, excepto la voluntad que les dice ¡continuad!
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud o caminar entre reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte, si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
lunes, 6 de octubre de 2008
Un hermoso poema de Manuel Padorno ...
Mi casa construida con el agua,
líquido cimentado que, entremedias
deja pasar un río desde siempre.
Una ventana da a la parte baja,
otra a la parte alta y otras, antes,
a las partes que dan a la barranca.
También algunas de ellas, por su cuenta
dan a copas salvajes, y otras tantas
dan a la carretera que pasaba.
Abrí también un muro para ver
la colina de enfrente, y otro y otra
para mirar encima, en la distancia
la larga cordillera de la nieve.
Según se entra va, abriéndose despacio
la sala enorme y flota, (allí recibo
las visitas, dejadas del caballo),
sentándonos después, por cortesía
alrededor de fuegos invernales,
con los pies los veranos en el agua.
Ofrezco té primero; luego vamos
a los máximos vinos inconscientes.
miércoles, 1 de octubre de 2008
La primera, en la frente
Según acabo de leer en el dorso del sobre de azúcar que está junto a mi taza, Picasso dijo una vez que cuando le insinuaban que era demasiado viejo para hacer una cosa, procuraba hacerla enseguida.
No sé mucho del tal Picasso, la verdad; no he sido, ni seré, un tipo estudiado. Pero lo que sí sé son dos cosas: la primera, que el fulano que soltó esa frase debía andar algo achacoso, como voy yo. La segunda, que la calle donde compré mi pisito se llama como él, Picasso. Valiente coincidencia, ya ven ustedes.
Acabo de un sorbo mi belmonte y me levanto. Son las ocho y media. Saludo a Sento que, como cada día, me recuerda que no le he pagado la consumición. No puedo más que reírme y pedirle que me la apunte. La confianza, pensará, empieza a dar asco.
Salgo a la calle. La oficina del recaudador ya está abierta. Entro, sin más; no hay nadie haciendo cola, como la última vez que vine. Un señor, al oírme, sale del rincón donde debe estar la cafetera. Tiene una jeta de sueño que asusta.
- Buenos días. ¿Qué quería?
Lo miro. Detrás de él, en otra mesa, su compañera mira algo en la pantalla de uno de esos cacharros que lo están invadiendo todo. Con desgana, le respondo.
- ¿Está la señorita Maribel?
El tío no es simpático, ni pretende parecerlo.
- Hoy no. Mañana sí. ¿Puedo ayudarle yo?
La chica del ordenador me mira.
- Este señor ya ha estado aquí antes. La semana pasada, me parece, y, sí, lo atendió Maribel. Tenía un problema con el nombre de la calle que le aparecía en el recibo de la basura. Aparecía como Nueva en lugar de Picasso, o algo así …
La mujer, al dirigirse a mí, levanta más la voz. Desde luego, debe estar convencida de que, solo por ser viejo, no oigo un pimiento.
- Mi compañera ya le dijo lo que tenía que hacer. Para que en su recibo aparezca el nombre correcto de la calle debe reclamar en el ayuntamiento, que es quién tiene la gestión de la tasa. ¿Me entiende?
- Entenderla la entiendo, señora –le contesto-. Y oírla, agradezco su esfuerzo, pero también. Pero yo lo que quiero es hablar con la señorita Maribel.
Los dos empleados no aciertan a disimular su extrañeza.
- ¿Es usted un familiar o algo así?
Se me ríe el alma, o las tripas, ya no sé. Abro mucho los ojos, pues quiero darle a lo que voy a decir la solemnidad que se merece. Tomo aire y lo suelto.
- Voy a pedirle que se case conmigo.
Pasan unos segundos. El que debe ser el jefe de la oficina, al escuchar lo que he soltado, sale de su despacho con cara de incrédulo. La chillona, tras intercambiar su mirada con la de él, deja escapar la primera carcajada y, enseguida, contagia a los demás. Cada uno a su manera, los tres ríen. Sin reservas, con malicia, todos se mofan de mí. Me mantengo tieso, con la sonrisa puesta y las manos enlazadas tras la espalda. Les dejo que se diviertan, que acaben y se limpien las lágrimas de las caras. Tras de mí, aparece otro señor con una carpeta azul en la mano.
- Serenidad, por favor, serenidad. Venga; volvamos al trabajo, que hay mucho por hacer – recomienda el superior a sus subordinados, tanteándose con la mano derecha la mandíbula.
Tomo aliento. Doy un paso atrás. Me puede el orgullo.
- Mi nombre es Braulio. Aquí, en el pueblo, los pocos que saben de mí me llaman Malaca. Pero, cuando me conocen de veras, respondo por Salpicón. Tengo setenta y dos años, tres hernias discales y la fuerza de un toro. Y siempre, siempre, me salgo con la mía.
Doy media vuelta y salgo a la calle. La plaza, a esta hora, está llena de mujeres que van a la compra, de viejos que salen a tomar el aire de la mañana. El sol, pese a ser temprano, calienta con bravura. Es un día estupendo para sentarse a la sombra y dejar pasar la vida ...
Antonio J. López. Octubre de 2008.
martes, 30 de septiembre de 2008
El tuerto es el rey
CANAL HIRST
Saulo Mercader
A los censuradores que critican «gastos excesivos en la escultura de Saulo Mercader», esto quiere decir que desconocen la trayectoria del autor, su vida y su obra y que por añadidura, confunden al público, que es el mío, al que dirijo estas pequeñas pero necesarias aclaraciones. Sócrates, en sus diálogos con Protágoras, nos dice: «el verdadero mal es la pérdida del saber» y esto es lo que no deseo que ocurra nunca en mis obras porque ustedes me merecen el máximo respeto. A los censuradores que critican «las prioridades del municipio deben centrarse en los servicios ciudadanos y no en decisiones unilaterales de compromiso». El municipio ha comprado a precio reducido esta escultura de 4 metros de altura en bronce. A precio reducido porque no son mis precios habituales, pero se trata de mi tierra, de mis raíces y es por esto que regalo y adjunto 12 piedras de diversas medidas que preparé y pinté con ayuda de dos personas. Este adjunto, regalo para el ciudadano de San Vicente es muy importante por la dirección y la fuerza que adquiere el lugar y así el municipio y el ciudadano poseen más de 12 obras de arte que acumulan las experiencias y el saber de más de 50 años de trabajos en distintos continentes y países. A los censuradores que critican «servicios al ciudadano». Los servicios al ciudadano es lo que más nos mueve y lo que más nos importa en el arte. Nosotros, los pintores y escultores, damos nuestras vidas por ello, porque la humanidad, sin su crónica, sin su memoria, no puede caminar. Por otra parte, se considera una necesidad urgente hoy en día el que sepamos que poseemos un espíritu y que este está agredido en demasía por la tecnología y el materialismo. Así que la terapia del arte existe y a ella es a la que me dirijo con mis obras cuando hablo de servicios al público, del equilibrio y armonía necesaria que les da las obras de arte. Ustedes publican «una comisión técnica que determine las características, necesidades y el diseño más acorde». Nunca hubiese aceptado determinaciones sobre el diseño y características. En mi situación, ningún creador de mi rango podría haber aceptado esta premisa. Este pensamiento decidido rompe con la libertad y la intuición y el quehacer de nuestra misión en el arte contemporáneo. El arte tiene que ser realizado por un monje de la humanidad. Ni Picasso, ni Juan Miró, ni Dalí, Mondrian, Matisse,... hubiesen participado en concursos sobre todo en estas condiciones tan precarias de profesionalidad. Por otra parte, es fácil enterarse de la opinión que merecen mis obras en los países europeos y americanos. Algunos de ellos editaron sellos de correos y me concedieron altas condecoraciones por mis trabajos en el arte. No es lugar para justificar mis méritos y logros, porque lo más importante está aquí, en mi trabajo que yo doy a mi ciudad como lo escribo encima de «Dona Lluna»: «aquí nací, aquí doy». Esta rotonda, templo cosmológico en homenaje a la mujer, vale mucho más de lo que se me da. Pero yo vengo a dar mis conocimientos a compartir y dejar la crónica de nuestros comienzos del siglo XXI. ¡Ah! Querido público: ¡qué ignorancia!, ¡qué atrocidad de pérdida del saber! Hasta Picasso se revuelve en su tumba. Él junto a Voltaire, Víctor Hugo, Mondrian y todos los grandes cronistas de la humanidad frente a la lectura de estas frases dirigidas a mis obras más representativas de nuestra contemporaneidad en el arte. En esta frase «si es que hubo concurrencia con otras obras y si la obra representaba los valores propios de una sociedad democrática del siglo XXI» se ignora y en su extrema ignorancia se hace demagogia aberrante de la misma luz del conocimiento. Queridos y respetados paisanos y hermanos artistas y creadores: aún continúan diciendo que «el sentido de la escultura y su atrevimiento al señalar que irradiará equilibrios y energías positivas». Les digo que discúlpenme, pero el atrevimiento es precisamente el de decir lo que no tiene fundamento y que está probado que el color y la línea irradian energías. Matisse escribe en «escritos y propiedades del arte», como Fischer «las necesidades del arte», Kandinski, Kleper, Juan Miró «esto es el color de mis sueños» Tapies, Telhard de Chardin, Vasarely, Karen Appel, Bachelard, Jose Campbell, Paul Cézanne... Todos escriben sobre las evidencias de las fuerzas y energías de las composiciones del color y las líneas, pueden también leer mi libro «Arte. Materia. Energía» de la editorial Imago, prensa universitaria de Francia (PUF). Una línea es una fuerza que actúa como todas las fuerzas elementales, pero éstas dirigidas a las psiquis del individuo, mi templo. Existen, según Gustav Jung, unas fuerzas en el universo que como la gravedad, agrupa por afinidad las energías espirituales, es el acto al cual se refieren mis composiciones en todas las obras que a ustedes les dejo.
lunes, 22 de septiembre de 2008
De escaleras y caminos ...
No hay triunfo sin renuncia, dijo alguien. Ni victoria sin sufrimiento. Recuperado de una grave enfermedad, ha puesto los pies en el suelo tras descolgarse de las alturas; Joan Borràs, hasta ahora propietario de una estrella Michelin y chef del Hostal Sant Salvador en La Garrotxa (Catalunya), ha renunciado, voluntariamente, al privilegio de ser uno de los elegidos por la prestigiosa guía gastronómica. La exigencia, el éxito profesional, la prosperidad y la avidez, aún pareciendo un tópico, no son buenos compañeros de viaje. Todo, todo, desmerece nuestra atención mientras los hombres, tenaces inventores de banalidades, seguimos corriendo en pos del vacío. Atrás quedan las sonrisas de los que crees amar, abandonados quedan los paisajes y aconteceres que, por su aparente accesibilidad, desdeñamos al abrirnos paso. Y cuando somos conscientes de ello, cuando la vida nos pega una bofetada, echamos la vista atrás y, consternados, lamentamos el tiempo desperciado. Enhorabuena, Joan. Gracias por ser y estar con los ojos bien abiertos.
Antonio J. López. Septiembre de 2008.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Concordancia de criterios
Era un domingo de invierno, un día de esos en los que el sol calienta con tibieza y los madrugadores van a desayunar a la churrería de la esquina. El cielo era claro y la algarabía de unos gorriones revoltosos arrastró mi mirada hasta la fachada de un edificio antiguo.
Se parecía a otra similar que, en una ocasión, admiré en algún rincón de Roma. Y, claro está, no pude más que acordarme de "Caro diario". Los amantes del cine como mero ejercicio de contemplación, aquellos que gustan de disfrutar del espectáculo de lo cotidiano, ajenos a los fuegos de artificio y a las tramas enloquecidas, seguramente habrán visto esa película italiana. Bueno; ellos y otros que pueden amenazar con retirarte la palabra si se te ocurre defender una obra tan atípica. Sobre ciertos criterios, pese a mi parecer, siempre hay discordancias.
Como a Nanni Moretti, protagonista absoluto de la cinta, me fascinan los paisajes urbanos. Y aunque yo, como él, no me afano en recorrer la ciudad montado en vespa, haciendo paradas frente a cada edificio que las merezca, he de confesar que disfruto dejando mi afición en manos de la casualidad. Créanme: este alegato puede parecerles un argumento razonable. Pero, de hecho, es la excusa que suele dictar mi holgazanería.
Y como de encuentros casuales hablábamos, volvamos a la fachada. Era amarilla y pertenecía a una casa de cuatro plantas. De estilo clásico, había sido recientemente restaurada; de no ser así, no hubiese tenido sentido su olvidada invisibilidad. La puerta de entrada, salvaguardada por una hermosa reja de forja, era de madera noble, sin duda de origen exótico. Y el ático, con su pérgola y sus plantas trepadoras, se presentaba como una auténtica gozada para la vista.
Pero claro: junto a esa casa, delineado en trazas vulgares y ángulos hirientes, pervivía uno de esos edificios de más de doce plantas que pululan en Alicante, levantado en cemento y yeso, fiel reflejo del humo que vomitan los coches. Y más abajo, en la misma acerca, se alzaba otro monstruo de ladrillo caravista verde, con la fachada de la planta baja herida con pintadas ilegibles de furiosos colores.
Es doloroso comprobar que Alicante se ha convertido en un caos urbanístico, fruto de los desmanes de demasiados incapaces. Nadie, hasta ahora, se ha preocupado de mimar una ciudad que, por su privilegiada ubicación junto al mar, ofrece toda suerte de posibilidades. A ninguno de nuestros políticos le ha interesado trazar un proyecto estéticamente coherente y, lo que es peor, no hay voces que clamen contra la demolición de cualquier edificio que, en otras circunstancias, podría ser calificado como histórico. Sobre los solares que queden, desnudos y desescombrados, algún especulador consentido construirá un número escándaloso de viviendas que, de una forma o de otra, engordarán los bolsillos de un número creciente de acaparadores, hambrientos carroñeros a los que poco parece importarles que nuestro país ostente el mayor parque de inmuebles deshabitados de toda la Comunidad Europea.
En todo eso pensaba aquel domingo, mientras caminaba. En eso, y en el modelo que nos muestran algunas ciudades y pueblos que, empeñados en no perder sus raíces, proyectan ideas coherentes hacia el futuro. Abstraído en mi pesimismo, me sorprendió descubrir la meada que mi perro había lanzado sobre una inmensa mole de bronce y cemento que algún brillante pensador había decidido poner junto al Teatro Principal.
Busto de Agamenón. Así se llamaba la escultura. Sin duda, un homenaje a uno de los personajes más fugaces de La Orestiada, de Esquilo. Y de Electra, de Eurípides. Agamenón, rey de reyes, condujo a los aqueos hasta Asia Menor a fin de rescatar de los brazos de un troyano a Helena, la hermosa mujer de su cornudo hermano.
Sin entrar en la estética de la pieza que se alzaba en medio del paseo, que encajaba en aquel entorno tal que un mulo en el aparcamiento de una discoteca, pensé que poco favor hacíamos al teatro ensalzando la figura de un antiguo déspota cuyo mayor mérito fue haber sido degollado por su esposa Clitemnestra.
- ¿No le da vergüenza?
Una señora mayor, de semblante bovino, comenzó a increparme a mis espaldas. Y continuó.
- ¡Tenga un poco de respeto, hombre! ¿No ve que su perro se está orinando sobre una obra de arte?
Yo, que en pocas ocasiones logro sortear situaciones tan embarazosas, le contesté:
- La verdad, señora, es que mi chucho y yo compartimos el mismo criterio; al menos en lo que se refiere a este busto.
Y sin decir nada más, arrastrado por mi mascota hacia alguna ignorada esquina, comencé a imaginar lo bien que quedaría un busto de Helena de Troya, destapando su desnudez en mitad de la acera.
Antonio J. López. Enero de 2002
sábado, 6 de septiembre de 2008
Dulce y malvada ... pereza
domingo, 13 de julio de 2008
Desde Nueva York, provincia de Granada ...
miércoles, 25 de junio de 2008
Lágrimas de cocodrilo
martes, 24 de junio de 2008
Nocturna
miércoles, 11 de junio de 2008
Sin espíritu de ofender ...
Habanera imposible
lunes, 26 de mayo de 2008
Bárbaro
domingo, 25 de mayo de 2008
Indiana Jones ... y no sé qué de cristal.
martes, 6 de mayo de 2008
Antoñito
viernes, 28 de marzo de 2008
La loba y el miedo
El aire le abrasaba. Acurrucada bajo el umbral del portón, la muchacha gemía. Nadie, ni siquiera el perro de la casa, había salido a recibirla. Los labios, resecos, apenas retenían su alma desbocada. "¡Están por venir, ¡están por venir!", advertía. Mas ninguno quedaba que pudiera escucharla. Con el dorso de una mano, morena o mugrienta, retiró el sudor que pretendía cegarla. De pronto, lo oyó. "¡Cras!" Apenas un crujido entre los matorrales, tal vez una bestia agazapada. Corrió hasta allí, hasta donde algo oculto se movía. El viento, al detenerse, le obligó a bajar la mirada. A sus pies, dormido, un niño pequeño, apenas recién parido, se recostaba entre las sombras. Lo tomó, como si de su madre se tratara. Lo amparó bajo sus brazos y contempló la montaña. Sin tiempo que perder, ni agua que beber, partió hacia ella, resuelta a luchar por una vida que no era la suya. Cerca, muy cerca, el magno ejército de bárbaros avanzaba.
jueves, 13 de marzo de 2008
Tal día como hoy ...
Horizonte siempre (2006)
Tal como día como hoy, al romper una alborada de hace
siete fugaces años, nació mi hija.
Parece que fue ayer y hoy la miro y, al sonreirme, aún
veo a la recién nacida que, a solas, en la incubadora de
una enorme sala blanca, me desveló los misterios del
ser y del estar.
Bendigo sus ojos, su piel, cada uno de esos pequeños
gestos que, por únicos, la hacen distinta.
Y cuando amanece, cada mañana, miro al cielo y rezo para
que el día irrumpa con la misma calidez, con el mismo
brío y desparpajo de sus ojos abrunados.
El guiri al que le robaron en Xàbia hasta las sandalias ...
Me gustaría dedicar esta entrada a un amigo por desentrañar, Paul Hervé Paquet.
Paul es un excéntrico. O, tal vez, el mundo, las gentes, los lugares que le rodean son los raros.
Carpintero de vocación, como su padre, como su abuelo, como tal vez su bisabuelo, nació al otro lado de los Pirineos hace cincuenta años largos.
Confiesa, me dijo en una ocasión, haberse jubilado en la veintena, cuando se vino a vivir a España. Pasó el tránsito de la juventud a la madurez embarcado, en la montaña, leyendo o labrando.
Quizás, tal vez, tenga un hijo o una hija, pero no es asunto que nos concierna.
Trata de defendernos (aunque, insisto, crea que los demás seamos raros) de los tiburones (y tiburonas, para que todos o todas se sientan ofendidos u ofendidas) que visten traje a diario y piensan que el mundo, cómo no, ha de ser como solo ellos (y ellas) han concebido. Y además, por si fuera poco, escribe.
Y el tipo, que no lo hace nada mal, ha querido que yo, un humilde garabatero, corrija las inevitables incoherencias que una mente que piensa en francés dicta a una mano que escribe en español.
¿Es valiente o no, este carpintero?
Para que se vea que lo es, para que se compruebe que es capaz de plantarse ante el mismísimo Quim Monzó (ése que, para bien o para mal, arrasa en las librerias catalanas) y llamarle a la cara ladrón, os dejo la
dirección de su página web, rebosante de dardos y mala leche (aunque pueda estarse de acuerdo con él o no, pasareís un buen rato).
http://www.elmosquito.net
pido que acepten mis disculpas, advirtiéndoles que no tengo inconveniente, si así lo desean, en quitarlas. O, como mal menor, citar la fuente de la que proceden.
Faltaría más; uno es mileurista, pero medianamente honrado.
¡Ah! A propósito: he sabido que el dibujo del Odiseo perplejo es de José Luis López Rubiño. Agradecimientos,
José Luis; has dado en el clavo.
domingo, 9 de marzo de 2008
The shyness of genius
Como sacar provecho de una mañana de domingo ...
Kiz, según mi humilde opinión, es un tipo que todavía no ha dado lo mejor de sí mismo; en serio, no creo que aún haya explotado. Le queda aún mucho camino, muchas técnicas, muchas perspectivas que descubrir. Eso sí: si, hasta el momento, ha parido verdaderas obras de arte, no quiero imaginar hasta donde puede llegar. Sin embargo, si hablas con él, descubres que, en la mochila, no guarda un ápice de ambición. No espera nada, no fantasea con lo que pueda ocurrir. Está ahí, aprendiendo de sí mismo y de los demás, siguiendo una vereda que, en cuanto se descuide, descubrirá que no tiene fin.
El hombre es un grande. O lo va a ser. De casta le viene al galgo ...
PD.- Para seguir su obra, echar un vistazo en www.koolkiz.com/index2.htm y koolkiz.deviantart.com.
domingo, 10 de febrero de 2008
Noche de sábado en el Murri
Coincide que, por primera vez desde hace tres años, mi compañera y yo nos desprendimos de la prole y quisimos compartir una noche (¡por fin!) de intimidad y misterio.
Para tal ocasión, acudimos a Murri, al mismo restaurante que, en nuestra última salida , tuvimos a bien visitar. Es un local relativamente pequeño, decorado con un diseño sobrio e intimista, que invita a mirar a la cara a la pareja. Y a seducirla, por supuesto.
Pero mi intención no es hablar de asuntos, digamos, tan personales. Este comentario está, y debe estar, dedicado exclusivamente a Murri. A Gustavo (creo que se llama así) y a sus camareras, a su jefe de cocina y a sus colaboradores. Esencialmente, al comenzar la cena, todos ellos se distinguieron por su exquisito trato, por su amable asesoramiento, por su servicial elegancia al servirte el vino (Protos Roble 2004, un ribera joven y correcto, ideal para guisos con cerdo). El comienzo, espectacular: dos entradas, una fría y otra caliente (cuyos nombres, por lo trascendente de nuestra conversación y mi herida memoria me es imposible recordar). Los platos principales, magret de pato y secretos de cerdo, absolutamente gloriosos (yo comí los secretos, puesto que ya había probado en mi anterior visita el magret) y los postres sugerentes y espectaculares (no hay que marcharse sin probar el buñuelo de queso o el volcán de chocolate). En la carta, quedaron para otra ocasión la hamburguesa de solomillo de ciervo o el taco de atún rojo, que se nos antojaron absolutamente recomendables.
Puede deducirse, una vez leído todo esto, que no soy un sibarita. Ni siquiera podría a aspirar a ser calificado como gastrónomo mediocre. Me gusta, eso sí, pensar que sé disfrutar, con mis escasos recursos y conocimientos, de los placeres que nos brinda la vida. Y Murri, en la plaza de España de Sant Vicent del Raspeig, a partir de las nueve y media de la noche, sabe como suministrarlos. Si buscas comer sin saborear el bocado, relamiéndote en la sensación de que puedes pagar cualquier cosa que quieras pedir, ni te plantees visitarlo. Si ansías comer hasta hartarte, si gustas de juzgar sin despejar los prejuicios, el Murri no es lugar para ti. Pero si te complace que te agasajen y sorprendan, si quieres divertirte y emocionarte, si tu sensibilidad va más allá de lo que piensas que es lo común, acude corriendo. Lo pasarás en grande.
Un humilde consejo a Gustavo: prueba a realizar un menú - degustación, a la manera de Adriá. Arriesga para entrar en el Olimpo. Y consígueme, por favor, una copia de la carta. Es, cómo no, para enmarcarla. Mil gracias.
jueves, 7 de febrero de 2008
Guillermo Armengol Guillén
No quiero, con esto, menospreciar al resto de los mentores que se han cruzado por mi vida académica. Los odiados, a los que deseo eterna tortura en cavernosos avernos, no merecen mayor mención que la presente. Los buenos, que dejaron su impronta en mi menguada memoria, han de saber que me acompañarán hasta el final. Ahí están José Antonio, catedrático y descubridor, que abrió ante mis ojos los horizontes de los reinos de taifas de la España musulmana. Maria Eugenia, que conjuró los malos espíritus y logró que me aviniera con la trigonometría y los logaritmos enarbolando, además de una tiza, su lacerante sonrisa. Don Julián, ése que tuvo a bien alentar mis primeros dibujos haciendo que mi madre se sientiera orgullosa de su vástago. Y, naturalmente, Yolanda, la dulce Yolanda, la jovencísima sustituta que, con poco más de seis o siete años, me robó el corazón y se lo guardó para siempre en su inolvidable escote.
Mas, entre todos ellos, descolla Guillermo Armengol, hoy todavía director de mi antiguo colegio y, en mi juventud, nada menos que Don Guillermo, el melenudo y bigotudo maestro de Lengua y Literatura que, con paso poderoso y mirada indestructible, descubrió, ante los ojos de unos preadolescentes desmesuradamente atolondrados, los valores y principios que toda persona, por el solo hecho de serlo, debe ganarse y merecer. Por usted brindo, don Guillermo, con una copa de Ribera del Duero en mano. Descubrió en mí al escritor que puedo llegar a ser. Espero que, algún día, pueda cumplir sus designios.
lunes, 4 de febrero de 2008
Acerca de "La sombra del viento"
Por mi parte, nada más. Solo añadir, si es que cualquier admirador del catalano-californiano ha llegado a leer hasta aquí, que Zafón me parece un punto por encima de la Rowling (sí, ésa que hace mejunjes mágico-mitológicos para adolescentes), un punto por debajo de Dan Brown (otro al que le gusta mezclar churras con merinas, aunque a éste le va un público más crecidito y, eso sí, sabe como enganchar al lector) y muy, muy, muy por debajo, por ejemplo, de Noah Gordon (y mira que me ha decepcionado, aunque a éste si puedo perdonárselo, "La bodega").
En fin. Que no seré yo quién abra un nuevo libro de Zafón.
jueves, 31 de enero de 2008
Un poema de Yorgos Seferis ...
martes, 29 de enero de 2008
Y, de nuevo, volví a intentarlo ...
TAN TEMPRANO...
Deseo. Deseo que amanezca otra vez, que la luz irrumpa en la habitación, que un nuevo día comience y que tú, como cada día, me des los buenos días y compruebes el gotero. Desespero. Despero porque, cuando te gires y preguntes, cuando me escuches y sonrías, evitarás mirarme a los ojos. Declaro. Declaro que, si tú te inclinas, si te prestas y me acerco, si arrinconas tus peros y recelos, volveré, de nuevo, a besar tus labios.
El compañero de cuarto, exasperante, pone la televisión. Y una desconocida entra por la puerta para, sin disimular su bostezo, tomarme la temperatura.
Un microrrelato de mi cosecha ...
Lo escribí en 2003, ateniéndome a una serie de normas absurdas que El Mundo, en un concurso al uso, tuvo a bien imponer. Naturalmente, no gané.
NADIA
¿Qué hacer si, una mañana, amaneces millonario?
Probablemente, así debe ser. Lo digo porque yo, de momento, no lo experimentado. Aunque supongo que habrá muchos, demasiados, que no compartan mi opinión; aquellos que se atrincheran tras la supuesta integridad del alma humana, aquellos que despotrican de la podredumbre que genera el dinero, ruego, de antemano, que me perdonen. Ya sé, ya sé. Lo que en verdad vale, lo que ciertamente compensa nuestra penosa existencia son otras cosas que están más allá de la macroeconomía y de los fondos de inversión. Pero esas cosas, sencillas y etéreas, acostumbran a costarnos un buen pico. Y, no siendo así, lo que sale caro es el camino que nos conduce hasta ellas.
En fin, no escribo esto con la pretensión de iniciar un ensayo sobre la íntrinseca relación felicidad – riqueza. Solo es una excusa para contaros, iluso de mí, que haría yo si fuese escandalosamente millonario.
Y como es algo con lo que me gustaría continuar fabulando, he de deciros que hoy, exclusivamente, os hablaré de lo que haría con mi actual trabajo.
Estoy cansado. Cansado de escuchar sentencias a mi alrededor como “si me tocara la lotería mandaría a mi jefe al carajo” o “si tuviera mucho dinero yo continuaría trabajando; ¿qué iba a hacer yo todo el día, aburrido?”.
Es lamentable. O, y perdon si alguien molesto, a mí me lo parece. ¿Cómo voy a plantarme ante mi superior y mandarlo a la mierda, voz en grito, por las buenas? Lo que quedaría, aparte de la posibilidad de que me respondieran dirigiéndome al mismo lugar que yo mismo he invocado, son mis malos modos, mi absoluta falta de educación. Por muy rico que sea, es absurdo pasar de un extremo (el mileurista absolutamente domesticado) a otro de manera tan brusca. Tendré dinero a manta, podré restregárselo a todo el mundo, pero resultaré chabacano, ahí, en plan chulo, escupiéndole mi resentimiento a una persona que, hasta ese momento, jamás hubiera esperado algo así de mi. La oficina alborotada, la adrenalina disparada, la venganza por las afrentas recibidas por fin consumada. Así de rápido. Sería como acudir a la primera cita con la mujer a la que aspiro amar y, antes de presentarme, soltarle que me quiero acostar con ella.
¿Cómo no voy a darme el lujo de invitar a mi jefe, a toda la cúpula directiva, a mis queridos compañeros a una suntuosa celebración? Imagínese que una de las primeras cosas que he hecho en mi nueva vida de millonario es, naturalmente, adquirir una propiedad en la playa. Imaginaos una villa blanca de una planta de diseño, abalconada sobre el mar, seductoramente ajardinada, alumbrada por una límpida luna de verano, con el vino de mi bodega en las copas de los invitados y lo mejor de la extraordinaría gastronomía mediterránea servido bajo unas enormes jaimas alumbradas por teas de bambú. Imagínaos que el servicio, agradable y solícito, colma de atenciones a toda la gente, que una suerte de música dócil que embriaga el aire y los sentidos dulcifica el paso del tiempo, que las sonrisas y la diversión van alumbrando la noche. Yo, el nuevo millonario, no pretendo parecer suntuoso; no llevo un reloj de sesenta mil euros, ni un traje de Julie Sohn, ni he expuesto la docena de coches de alta gama que he comprado fuera del garaje, a la vista de todos. Visto ropa clara, con sencillez y holgura, voy (por supuesto) descalzo y luzco una sonrisa de oreja a oreja. A mi lado, sonriente, me acompaña una hermosísima joven que no es otra cosa que mi asistente personal, además de alguien tan cariñosa como profesional. Que no se me malinterprete: la joven, desde luego, no sería mi amante. El hecho de que esté casado, aunque mi familia estuviera pasando unos días en Santorini, no me permitiría llegar tan lejos.
La noche entre risas, licores y baile. No he desdeñado la posibilidad de amenizar la velada con algún tipo de espectáculo, con alguna actuación musical, probablemente de Shakira. Al alba, cuando los DJ’s se explayaran con el chill out, comienzo a despedir a mis invitados. Uno a uno, dedicándoles su tiempo, los despacho con un "hasta siempre". Al llegar hasta mi exjefe, que me aguarda sonriente pero cansado, le doy una palmadita en la espalda. Luego, sin más, le digo que el verdadero sentido de la vida no es pisar a los demás para llegar más alto, sino ser más generoso con los que no lo han sido contigo. Después, y tras desearle mucha suerte, mi secretaria me lleva en coche hasta el velero, en el pequeño puerto de Altea, rumbo hacia la isla donde me espera mi familia. Wendy, discreta, sonríe. Todo queda en orden, todo queda dicho. ¿Hay algo más satisfactorio que obrar honestamente?
Ésa sería mi dulce venganza. Así de sencilla, y así de cara. Puede que a algunos le parezca tibia, pero a mí se me antojaría antológica.
¡Ah! Por poco se me olvida. Respecto a lo de ser millonario y continuar trabajando … en mi caso no es posible: sufro de una enfermedad desde niño, la inertia laboris, que me imposibilita tomarme eso en serio. Aunque, eso sí: que cada cual haga lo que le de la gana. Para gustos, los colores.
¿Del Toro dirigiendo "El Hobbit"?
En detrimento de todo ello, he de decir:
1º Que el personaje de Sergi tiene demasiadas semejanzas con el de Ralph Nathaniel Fiennes de la "Lista de Schindler", de nuestro amigo Esteban, el que juega en la montaña.
2º Que, tras visionar el laberinto, tuve la sensación de que el cuate William rumiaba desde hacía lustros un par de buenas ideas (como la de la existencia de las hadas - insecto, que espero que no haya plagiado a nadie, y la del hombre pálido) y otras mucho más malas (¿un sapo gigante? ¿una mandrágora llorona?) con las que anhelaba ensamblar una historia, acabase como acabase.
Sirva la valoración que del laberinto he efectuado como introducción a mi siguiente comentario: hoy mismo me he enterado de que el Torito está bastante bien colocado por la industria para dirigir las dos precuelas de "El Señor de los Anillos". Humildemente, he de opinar que me parece esencialmente lacrimógeno que "El Hobbit" pueda acabar en manos tan infames. Y ojalá el tipo haga una obra maestra, por mí que no quede. Pero, pienso, para dirigir "El Hobbit" hace falta algo más que haber leído el libro (destinado, según un Tolkien deslumbrado ante el universo que había creado, al público infantil). Y también haber hecho algunas películas de terror pseudo-fantástico dedicadas, que duda cabe, a hacerse un hueco entre los blockbusters más requeridos por la juventud norteamericana. Para hacer "El Hobbit" no sólo es preciso haber devorado (no una, sino varias veces) los tres libros que le suceden (que, por cierto, Guillermo el Travieso asegura no haber sido capaz de digerir en el pasado), sino también estar enamorado; es absolutamente imprescindible estar iluminado por el universo tolkiniano, por lo que, opino, un simple advenedizo encumbrado por los hombres de gris no es la persona que una empresa de tal magnitud necesita. La trilogía de "El Señor de los Anillos" es, obviamente, una sola película. Y redonda, en el sentido de que es perfecta. "El Hobbit" debe ser, ni más ni menos, un largo prólogo de esa historia. Es absolutamente necesario dibujar un nuevo círculo que, a la medida del creado por Jackson, proporcione cobijo al anterior. Peter conoce la historia desde niño, la ha imaginado mucho antes de haberla rodado, ha jugado con los lapsos y los errores de Tolkien para hacerla totalmente a su medida. Y a la nuestra. Jamás, y temo no equivocarme, Guillermo podrá realizar un hobbit a la altura del que pudiera hacer Jackson. Es un imposible y, por supuesto, un despilfarro de recursos.
Si Guillermo del Toro consiente en meterse en el jaleo, solo me cabe deducir que, además de no ser un tipo honesto, su carrera está orientada única y exclusivamente en pos de la pasta. Ya puede ir apretándose los machos.
Con esto, doy por finalizada el destripe. Otro día, y visto que esto le viene de perlas a mi karma, me meteré con Carlos Ruiz Zafón.