sábado, 9 de junio de 2012

Estas son las mañanitas ...




Hay mañanas que me levanto con el piloto automático puesto; apago el despertador del móvil, evacúo (perdón por el torpe eufemismo, pero la realidad es lo que tiene), me afeito, me ducho, me visto y, tras besar (por riguroso orden y sin corresponderme, pues continúan sobando) a mi hijo, a mi hija y a mi mujer, me descubro en la calle como si yo no hubiese sido protagonista de las citadas acciones, caminando tal que recién salido de la cama, en pos de mi particular universo laboral.

Hay mañanas, también, que no ingiero nada sólido hasta las nueve y media o diez. Si acaso solo líquido, una infusión o un sorbo de agua. Desde siempre me ha agradado, y hago constar que mis gustos son anteriores a los demostrados por nuestro estimado Mariano De La Tijera y Rajoy, la utopía de vivir por y para la austeridad, instalarme en el sueño perdido de la frugalidad, sentirme por encima de deseos tan salvajes como el apetito o el consumismo. "Hoy ayuno", me digo en tales días, como si me hubiera transmutado en asceta o en un preso abocado a la huelga de hambre. Pero ese castillo, tan flamante e inexpugnable, se desvanece nada más plantarme sobre la barra del bar (a la que suelo llegar, también, sin ser consciente de mis pasos), frente al jugoso bocata de tortilla con cebolla y jamón ibérico que me sirve (cruelmente, por qué no decirlo) el camarero. 

Hay mañanas, claro, que me despierto y, mire usted por donde, no tengo la obligación de trabajar. Te alegras (sin jefes ni compañeros, el panorama es idílico), dibujas una sonrisita estúpida, imaginas planes y, por supuesto, los propones. Los tuyos, sin dejarte acabar, desestiman tus proyectos (cuando no se apropian de ellos, variándolos en aquello que más te disgusta) y acabas dejándote abordar por una llamada inoportuna que nunca hubieras deseado que se produjera (concretamente, formulada por algún miembro del triunvirato suegra-cuñado-amigo pesado) y que, irremediablemente te conduce a dedicar el resto de la jornada a hacer algo que tú nunca hubieras esperado hacer.

Hay mañanas, como todos, que me levanto juguetón. Si el lector pasa de los cuarenta, como un servidor, sabe que, a diferencia de lo que ocurría antes, ello ocurre con rara frecuencia. Cuando pasa, te insinúas a aquella a la que debes amor y respeto (abstenerse de terceras, a menos que concurra sincera conciliación familiar) pero generalmente no se haya disponible (prisas, bostezos y más prisas ...). Tampoco es plan de jugar uno solito, por lo patético de la escena más que nada, así que devienes tu alborozo en pos de lo visual (ahí queda eso, Javier Marías) y sales a la calle (si es un día de verano caluroso, mejor que mejor) y distraes la mirada un poquito, que soñar es bien barato. Y con un poco de suerte, sobre todo si también es laboral, la alegría se te pasa en nada.

Hay mañanas, cagoenlamar, que te levantas de mala leche. Son días que saltas a la mínima, que rondas tus incisivos con la lengua y los notas más puntiagudos, que gruñes en lugar de hablar a cualquiera que te mire mal. Esas, las malas mañanas, son mis preferidas. Son mañanas que te reconcilian con este mundo egoísta y miserable, que te hacen escupir la mala sangre que te bulle en vena. Desgraciadamente, mi suegra nunca llama esos días para implorar que pasemos el día en su casa. Tiene un sexto sentido, la muy lagarta.

2 comentarios:

  1. Hola Antonio.
    Me ha gustado tu relato, no te escondes en el anonimato ni te guardas los adjetivos por si algún lector/a conocido pudiera leer ciertas cosas, sólo espero, por tu bien, que no lo hagan.
    Y si lo hacen, que se enteren (digo yo).

    Un saludo.
    Pedro.

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    1. Querido Pedro:

      Esta parida que escribí anoche no se atiene fielmente a la realidad, ja, ja. Solo es un juego, el juego de exagerar y falsear la verdad por puro divertimento y/o entretenimiento. Los que me quieren y me soportan, saben de ello y, de momento, me lo perdonan. Incluida mi suegra, ja, ja (a la que, si lee estas líneas, remito un par de hermosos besos).

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