jueves, 13 de septiembre de 2012

José Luis Cremades Davó


Ayer te fuiste, estimado José Luis.

Y te debo, me debo, unas palabras.

Solo fuimos compañeros lejanos de trabajo y, en ocasiones muy contadas, cómplices deportivos. Un tipo agradable, pensé la primera vez que hablé contigo. Y eso, en un jefe, era (y es) cosa insólita. En el ascensor, de buena mañana, sonreías ante cualquier ocurrencia por banal que fuera y, al coincidir en la salida, a las tres de la tarde, hinchabas tu panza de Buda feliz y dejabas brillar los ojos de crío travieso. Eras, doy fe, un tipo enorme. Una voz inconfundible. Una presencia positiva. Gracias, mil gracias, por todo ello.

Dice Xavier Sardá que cuando alguien se te muere, empiezas a llevar su maleta. Según este señor, esa maleta, día a día, va pesando menos. Pero nunca, hasta tu propia muerte, podrás soltarla.

Hay muchos que llevaran tu maleta, querido José Luis. Gente más próxima a ti, familiares y amigos. De eso estoy más que seguro. Yo, con permiso de tus compañeros de banco fijo, me quedaré con tu remo, compañero. Buena travesía, Cremades. Que los vientos te sean favorables.