miércoles, 31 de diciembre de 2014

Audentes fortuna iuvat

Aquí  estoy nuevamente, de vuelta por estos lares. Ahora que esto de los blogs es algo demodé, que continúan al alza la inmediatez y la extrema simplicidad en las nuevas y turgentes armas sociales, tengo la sincera sensación de estar escribiendo en el vacío, con un lápiz enano y mordisqueado y para un destinatario, ay, ausente en el sentido más amplio de la física.

Pero bueno, es lo que hay.

Aprovecho la insignificante importancia del día en que nos encontramos, para repasar lo bueno (a parte de la salud propia y ajena) de lo acaecido en el año que abandonamos. Veamos:

Este año he visitado, por este orden, Cataluña y el País Vasco. No han sido itinerarios de longitudes homéricas, bien es cierto: viaje de ida y vuelta de cuatro o cinco días, respectivamente , acompañado del habitual reguero de gastos. ¿Conclusiones? Barcelona ya la conocía, pero me volvió a cautivar. Pese a quién pese (política, aglomeraciones, carestía) es una ciudad que sabe contagiar su enorme vitalidad al visitante. La amé, como cuando la cortejé cuando era más joven. Y los barceloneses que tuve ocasión de conocer no pudieron ser más amables con este castellanoparlante semianalfabeto y provinciano. Merci, Pere, del Mercat de Les Corts. Sois grandes.

Euskadi tampoco se queda corta. Éste era un lugar que nunca había pisado, pero que siempre sentí la pulsión de visitar. Mis hijos, merced a una simple y simpática película, me dieron el empujón. Y me encontré con un país extremadamente hermoso, con gente que no sabe expresar lo que siente pero que valora fervientemente la sonrisa y la sinceridad. Donostia y Bilbo me robaron el alma para siempre. Pilar, pequeña y anciana, aún me debe un beso. Se lo tendré que devolver en su pueblo, Antzuola. Benditas sean esas tierras, que han sufrido tanto en tan poco tiempo. ¡Ay, el Peine del Viento, que lejos me queda!

También ha sido un año en el que he disfrutado de la familia. Y de los amigos (enorme lo de Gert y Miguel, que se han marchado a vivir a un pueblo precioso para cumplir sus sueños). He visto como Juego de Tronos sigue dejándome en ascuas (ay, ¿cuando llegará abril?) y como se despedía para siempre el universo tolkiniano visto por el inefable Peter Jackson. 2014 nos ofreció también un verano de calas escondidas, de proyectos comenzados, de otros retomados y de fe en el futuro. Pese a todo. 

En fin; ha sido un buen año. 

El primero de otros muchísimos que, espero, podamos protagonizar.

Feliz año nuevo para todos.







viernes, 23 de mayo de 2014

La pena



Siento mucho volver, un año después, con otra entrada - homenaje a un ser querido y admirado. Y a pesar que, durante este lapso de tiempo, se fueron personas a las que quise dedicarles unas palabras (como al mismísimo García Márquez o a Paco de Lucía), tenía y tengo la sensación de estar convirtiendo este lugar en una especie de obituario ... y no me hacía sentir nada cómodo.

Además: últimamente he estado más volcado en la pintura que en la escritura, y juro por lo más amado que hace poco, muy poco, estuve pensando en Kiz. Enrique Pérez Torregrosa. No era mi amigo, pero era alguien a quién admiraba. 


Hace un par de semanas, a modo de locura, me planteé la posibilidad de pintar un mural. Un trampantojo, un paisaje cielo - mar en un muro desolado que tengo en mi terraza. Como hacía mucho que no veía ni hablaba con Enrique (hace más de dos años que no trabajamos en el mismo edificio ni en la misma ciudad), tuve la idea, en principio, de que lo hiciera él. Luego, avasallado por mi propio ego (y por el pudor de pedirle semejante favor), pensé en hacerlo yo mismo, aunque quería pedirle consejo. Yo nunca he pintado una pared exterior, no sé qué clase de pintura emplear ni, tampoco, si habría de masillar la superficie antes o aplicarle una patina para rematarla y protegerla de las inclemencias del tiempo. Quién mejor que él para darme algunos consejos. Pero se me olvidó el asunto, como se me olvidan muchas otras cosas, y dejé los días pasar sin robar unos minutos al trabajo para telefonearle ...

Enrique murió ayer tarde, 22 de mayo. Lo hizo de improviso, trágicamente, sin que nadie lo esperara. Era joven, no creo que superara los treinta y cinco. Era valiente y brillante. Y era grande como persona. Lo sé, no fui su amigo, pero me hubiera gustado serlo.

Me dijo en alguna ocasión que seguía mi blog. Y aunque, tímidamente, me dijera que le gustaba, no creo que nunca me hubiera dicho lo contrario. Era bueno, por naturaleza. Y no pude hablar con él por última vez.

Donde quiera que hayas marchado, Enrique, quería hacerte llegar mis gracias. Y decirte que le daré una segunda oportunidad a "La sombra del viento". Un gran abrazo.